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RAAM por Javier Sánchez-Beaskoetxea


MI EXPERIENCIA EN LA RAAM 2010

Por Javier Sánchez-Beaskoetxea (de la tripulación de Julián Sanz)

Tras una llamada de Julián Sanz, al que ya conocía de antes, y una comida en la que me invitó a ser miembro de su tripulación para la Race Across America de 2010, la que sería su tercera participación en la carrera, acepté sin dudarlo. Siempre me ha gustado la aventura (y el ciclismo, por supuesto) y estar en esta legendaria carrera y conocer un país como EE.UU. desde dentro era una ocasión que no podía desaprovechar. Además, Julián siempre ha despertado mi admiración y era un honor ayudarle a terminar con éxito “su” carrera.

Y el viaje, desde luego, ha sido toda una aventura. Pocas personas tienen la oportunidad de recorrer todo EE.UU. de costa a costa por carreteras secundarias y a la velocidad de un ciclista. La única pena es que a veces el recorrido nos hacía pasar cerca de lugares que siempre has soñado visitar (como Grand Canyon) sin poder ir a verlos, pero otros paisajes (como Monument Valley) nos resarcían de esas pequeñas frustraciones. Además, tras la carrera pude aprovechar el viaje para ver Washington y New York como turista, y también tuve ocasión de visitar a todos los amigos que tengo en el país, por lo que el viaje, ya sólo por eso, merecía la pena.

En lo que atañe a la carrera en sí, que era el verdadero objetivo principal del viaje, para Julián fue algo decepcionante, ya que su objetivo deportivo era muy elevado y, por circunstancias, enseguida se dio cuenta de que no iba a poder estar muy arriba en la clasificación.

Para los miembros de la tripulación esto nos hacía sentirnos mal por el sufrimiento mental que eso le provocaba a Julián, ya que todos en todo momento deseábamos verle motivado y alegre y con el ánimo alto para seguir la carrera. No podíamos más que animarle y demostrarle que todos estábamos a su lado. Para mí, y estoy seguro de que para todos los demás también, el objetivo único era completar la carrera dentro de los doce días que nos daba el reglamento. El puesto era lo de menos, terminar ya es un éxito.

Realmente comprendo lo duro que era para Julián el ver que al tercer o cuarto día su cuerpo no le permitía ir más rápido y ver que su puesto era más atrás de lo esperado. Julián había trabajado muy duro este año sobre la bicicleta, con más entrenamientos que otros años, con cambios importantes en su alimentación y con muchos sacrificios personales. Además, había cambiado su trabajo para poder tener más tiempo para entrenar. Todo ello le hacía pensar que su resultado en la RAAM debía ser mucho mejor que el 8º puesto en 2008, en su primera participación, cuando fue casi casi a ver cómo le iba.

Por eso, al llegar allí y ver en pocos días que aquello no marchaba, que su cuerpo no le permitía ir más rápido, Julián tuvo un bajón psicológico que le hundió casi del todo.

La alimentación prevista, y que en los entrenamientos y en las pruebas le había ido bien, ahora no le servía. Él decía que no tenía chispa, lo que se notaba en su forma de pedalear, ya que parecía que sólo se dejaba ir, pero dando la impresión de que no hacía fuerzas sobre los pedales. Parecía que se estaba reservando para no gastar todo en pocos días. Pero no se reservaba. Simplemente no tenía fuerzas.

El paso por las Montañas Rocosas parecía que le hundía del todo. Las primeras zonas de llano tras las montañas, sobre todo por las noches, mostraban a un Julián casi abocado a la retirada. Su cuerpo no respondía a las horas de sueño previstas, y debía parar más de una vez a dormir, o a intentar dormir, más. Su cuerpo se dejaba ir sobre la bicicleta, pero su cuerpo no impulsaba la bicicleta. Por su cabezas pasó la idea de abandonar, y por más que intentábamos convencerle de que descansará bien y que se tomara el resto de la carrera para disfrutar de la misma con el único objetivo de acabarla, a Julián esa idea parecía no satisfacerle.

Pero cuando un corredor es duro, y cualquiera que tome la salida en la RAAM es un corredor duro, sabe sobreponerse a todo. Julián modificó su alimentación (ahora las hamburguesas entraron de lleno, aunque suene a chiste) y empezó a sentirse mejor. Nos preguntaba el margen que tenía para terminar la carrera y empezó a hacer cálculos de lo que podía tardar. Ciertamente todos esos cálculos que le hacíamos y él hacía no servían para nada, porque cualquier día malo harían que se fueran al carajo los mejores cálculos horarios, pero por lo menos le hacían tener un objetivo, y eso es muy importante para sobreponerse en este tipo de pruebas de resistencia.

Julián empezó a pedalear con otro ritmo. Parecía que la comida más energética le devolvía las fuerzas. Eso sí, su filosofía de que parar a dormir es perder tiempo no cambió, y siguió parando a dormir cuando ya no podía más y literalmente casi se caía de la bici, y haciendo varias paradas breves a demanda de su cuerpo, en lugar de hacer una sola parada más larga y reparadora que luego le permitiría rodar algo más rápido y recuperar el tiempo invertido (y no gastado) en dormir. Yo le insistía (sin agobiarle tampoco) en que durmiera más y como ejemplo le ponía el del corredor Michael Nehls, que cada noche se paraba en un Motel y dormía unas cuatro horas en condiciones y salía cada día duchado y afeitado. Nehls paraba más, pero luego era capaz de rodar un poco más rápido que Julián, por lo que cada día nos quitaba el tiempo que invertía en dormir por la noche. Tal vez al final tardaran lo mismo, pero las horas que Nehls pedaleaba daba gusto verle y a él seguro que le satisfacía más que si se viera penando sobre la bici por no parar a dormir.


Son dos filosofías diferentes de afrontar la carrera. Julián debe estudiarlas para futuras ediciones y decirse por una de ellas, pero yo estoy seguro de que en una RAAM, que son diez días de carrera, ganaría tiempo si durmiera más cada noche, porque Julián estando descansado es capaz de rodar rápido. Además el hecho de dormir en intervalos cortos le impedían relajarse porque en su cabeza estaba la idea de despertarse pronto, y así es más difícil que el sueño sea profundo.

Por todo esto, al llegar a Annapolis, a la meta, todos los miembros del equipo estallamos en una gran alegría. Fue un momento emocionante el entrar en la zona del puerto, donde termina la carrera, con la música en el coche y toda la gente aplaudiendo. Luego el baño en las aguas del Atlántico, en la bahía de Chesapeake, fue un hermoso colofón a más de once días duros a través de un país fantástico. Esos instantes nos hicieron olvidar las penurias de tantos días de incomodidades a lo largo de la carrera.

Y es que la RAAM también se hace dura para los miembros de las tripulaciones. En mi caso, además, al llegar allí tan sólo un mes después de una operación y todavía con la salud delicada, los días en la carrera se me hicieron bastante duros porque, a pesar de intentar dormir y descansar lo más que podía, me encontré todo el rato bastante fatigado.

De todas formas, todo eso se olvida pronto y sólo me quedan los buenos recuerdos y la sensación de haber sido protagonista de algo grande, pues la RAAM es una gran carrera y haberla podido vivir desde dentro ha sido, sin duda, una de las mejores experiencias que he tenido.

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